He aquí mi humilde visión de la Fiesta
del Toro en nuestros días.
Cuando escuchamos la palabra
barco, nos llega a la imaginación una cantidad de pensamientos involuntarios y
quizá, los mas soñadores, lleguen a ver uno surcando por los mares de sus
pensamientos. Sinceramente, creo que todos, al escuchar la palabra barco, somos
capaces de imaginarnos uno, algunos lo imaginarán más grande, otros más
pequeño, pero al fin y al cabo, desde la barquita más pequeña de un pescador de
marisma, hasta el trasatlántico más majestuoso que surque el mar, todos,
necesitan alguien que les guíe. Alguien valiente, que no se arrugue ante
tempestades y que jamás abandone su gobierno, ni si quiera en los momentos
donde la mente humana, lo ve todo perdido y la desazón de paso al abandono.
En ese momento, deberíamos
pararnos a pensar, y antes de dejarnos caer en esa desidia y darlo todo por
perdido, ver lo que todos los aficionados queremos en un Toro Bravo. Si, Toro Bravo.
(¿Qué tendrán que ver los barcos con los toros bravos verdad?). Lucha, fuerza,
raza, fijeza, transmisión, casta, bravura, entrega… Podría seguir con muchos
adjetivos, describiendo lo que para mí, en mi barco, es mi capitán. Pero hoy no
quiero hacerlo, era simplemente un ejemplo.
Nuestro barco está más que a la
deriva y es muy triste ver, que un majestuoso galeón no es capaz de hacer una
ruta sin sobresaltos. Una ruta donde desde el grumete más grumete, hasta el
capitan más capitán, todos seamos capaces de remar a un mismo puerto.
Mientras las olas zarandean en un
incesante devaneo nuestro Galeón, los mercantes de los despachos “miran peseta
tirando duro”, llenan sus arcas o las vacían. Los dueños de los astilleros se
frotan las manos viendo que otro barco va a naufragar, y sonríen pensando: “mañana tendremos trabajo”, pero ese
mañana nunca llega. Los pobres grumetes, muchos de ellos sin saber atar un
cabo, lloran desconsolados su amargo viaje, porque ven que su tedio, será en
valde, puesto que el Galeón, está abocado al naufragio. Algunos marineros
viejos, hartos de navegar a la deriva, intentan tranquilizar a los pequeños
grumetes, tirando de espejismos futuros mientras sus cabezas piensan un “hasta cuando”. El capitán, intenta
dirigir las maniobras pero nunca encuentra ligazón, ve que su mando es ignorado
y termina en casi todos los viajes igual. Porque no os olvidéis, que el capitán
es el último en abandonar el barco y las ratas las primeras…
Y allí, en el horizonte, hay muchos
paisanos mirando los devaneos del Galeón. Se oyen gritos de protesta porque un
galeón allí en medio les perturba el horizonte (son cuatro, pero bien
organizados). Otros chismorrean que la culpa del sonado naufragio es de lo mal
construido que está el barco. Otros dicen que la culpa es de los mercantes, que
han cargado el barco con demasiado peso y se ha tornado ingobernable. Otros
rezan que la culpa es de los marineros viejos, que no hacen caso del buen
capitán y sólo atienden a los pequeños grumetes. Y entre tanto alboroto,
aparece un grupo de plañideras, que nadie sabe a que van, pero todos ven sus
lágrimas.
Nuestro barco está a la deriva,
sin gobierno y viendo como en la única cosa en la que estamos de acuerdo, es en
echarnos la culpa los unos a los otros. En, como os decia al principio, darnos golpes bajos.
En mi sueño, mi barco, JAMÁS SE
HUNDIRA!