viernes, 11 de enero de 2013

Barcos a la deriva

Como decía Golpes Bajos, “malos tiempos para la lírica”. Malos tiempos corren en todos los aspectos de nuestras vidas, pero hoy, quiero centrarme en mi fiesta, nuestra fiesta, en un mundo tan maravilloso como duro, tan bonito como cruel, donde la vida y la muerte se separan por escasos centímetros, donde un hombre es capaz de hacer realidad el sueño que todos soñamos.

He aquí mi humilde visión de la Fiesta del Toro en nuestros días.

Cuando escuchamos la palabra barco, nos llega a la imaginación una cantidad de pensamientos involuntarios y quizá, los mas soñadores, lleguen a ver uno surcando por los mares de sus pensamientos. Sinceramente, creo que todos, al escuchar la palabra barco, somos capaces de imaginarnos uno, algunos lo imaginarán más grande, otros más pequeño, pero al fin y al cabo, desde la barquita más pequeña de un pescador de marisma, hasta el trasatlántico más majestuoso que surque el mar, todos, necesitan alguien que les guíe. Alguien valiente, que no se arrugue ante tempestades y que jamás abandone su gobierno, ni si quiera en los momentos donde la mente humana, lo ve todo perdido y la desazón de paso al abandono.

En ese momento, deberíamos pararnos a pensar, y antes de dejarnos caer en esa desidia y darlo todo por perdido, ver lo que todos los aficionados queremos en un Toro Bravo. Si, Toro Bravo. (¿Qué tendrán que ver los barcos con los toros bravos verdad?). Lucha, fuerza, raza, fijeza, transmisión, casta, bravura, entrega… Podría seguir con muchos adjetivos, describiendo lo que para mí, en mi barco, es mi capitán. Pero hoy no quiero hacerlo, era simplemente un ejemplo.

Nuestro barco está más que a la deriva y es muy triste ver, que un majestuoso galeón no es capaz de hacer una ruta sin sobresaltos. Una ruta donde desde el grumete más grumete, hasta el capitan más capitán, todos seamos capaces de remar a un mismo puerto.

Mientras las olas zarandean en un incesante devaneo nuestro Galeón, los mercantes de los despachos “miran peseta tirando duro”, llenan sus arcas o las vacían. Los dueños de los astilleros se frotan las manos viendo que otro barco va a naufragar, y sonríen pensando: “mañana tendremos trabajo”, pero ese mañana nunca llega. Los pobres grumetes, muchos de ellos sin saber atar un cabo, lloran desconsolados su amargo viaje, porque ven que su tedio, será en valde, puesto que el Galeón, está abocado al naufragio. Algunos marineros viejos, hartos de navegar a la deriva, intentan tranquilizar a los pequeños grumetes, tirando de espejismos futuros mientras sus cabezas piensan un “hasta cuando”. El capitán, intenta dirigir las maniobras pero nunca encuentra ligazón, ve que su mando es ignorado y termina en casi todos los viajes igual. Porque no os olvidéis, que el capitán es el último en abandonar el barco y las ratas las primeras…

Y allí, en el horizonte, hay muchos paisanos mirando los devaneos del Galeón. Se oyen gritos de protesta porque un galeón allí en medio les perturba el horizonte (son cuatro, pero bien organizados). Otros chismorrean que la culpa del sonado naufragio es de lo mal construido que está el barco. Otros dicen que la culpa es de los mercantes, que han cargado el barco con demasiado peso y se ha tornado ingobernable. Otros rezan que la culpa es de los marineros viejos, que no hacen caso del buen capitán y sólo atienden a los pequeños grumetes. Y entre tanto alboroto, aparece un grupo de plañideras, que nadie sabe a que van, pero todos ven sus lágrimas.

Nuestro barco está a la deriva, sin gobierno y viendo como en la única cosa en la que estamos de acuerdo, es en echarnos la culpa los unos a los otros. En, como os decia al principio, darnos golpes bajos.

En mi sueño, mi barco, JAMÁS SE HUNDIRA!

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